En el año 1845, se promulgó en Chile la llamada “ley de inmigración selectiva”, que pretendía atraer artesanos y profesionales para colonizar los territorios del sur. A esta llamada acudieron unos 30.000 alemanes, que poco a poco se irían integrando a esa sociedad, que en algunos aspectos, era muy distinta y les llevaba a veces a protagonizar graciosos equívocos. Aquellas anécdotas, con el tiempo, serán germen de chistes muy populares, que incluso se publican como viñetas por todo el mundo hispano. Los protagonistas de estas historietas, basadas en estereotipos, fueron llamados Otto y Fritz. Estos personajes, parece ser, que tienen origen real en dos hermanos que llegaron como inmigrantes a Chile, y que terminaron sus días en la comuna de Illapel, ciudad a la que peregrinan los forofos de esas viñetas de antaño para visitar su tumba. El desarrollo de las historias solía ser en forma de diálogo entre los dos amigos. Uno de los chistes más populares de estos personajes, era aquel en el que Otto le contaba a Fritz que sorprendió a su mujer con el amante en el sillón de su casa, a lo que el amigo le responde -¿y qué vas a hacer Otto?-, -pues Fritz, voy a tomar una solución drástica-. Días después se vuelven a encontrar, y le pregunta por su problema, a lo que Otto responde, -está todo solucionado, he vendido el sofá-.
Hace años, un conocido me contaba la anécdota de un amigo suyo, en la que le decía muy contento que su vida había dado un giro de 360 grados, a lo que esta persona le decía socarrón, -entonces, te has quedado como estabas-. Ese es precisamente el recorrido que ha hecho el PP desde que Rajoy sufriese una transmutación en bolso de Soraya hasta ahora. Hagamos algo de historia. Cuando Pablo Casado se presentó a las primarias, era el Capitán Trueno, el heredero de Aznar, ese que los muy cafeteros esperaban como al Mesías que abriría el tarro de las míticas esencias de la derecha española, y que volvería a llevar al redil a los que se fueron a Ciudadanos y, sobretodo, a VOX. Fue el verano del 2018 cuando vence al continuismo rajoyista por un 57%, en lo que el diario el País tituló como “el giro a la derecha”. Poco duró esta postura de tratar de aglutinar el voto más ideológico, y comenzó un tornaviaje en el que una imagen vale más que mil palabras, el verano de 2019 lo vemos aparecer en la toma de posesión de Ayuso con la barba física y metafísica de su antecesor, y desde entonces, no hubo vuelta atrás. El siguiente paso fue tomar las aguas del bautismo, pues carecía de un pasado inmaculado, por lo que hubo de demostrar su total conversión al ultracentrismo, como sólo lo hace un converso, atacando a degüello a todo aquello que oliera a derecha, incluidos los que en tiempos fueron amigos. La sangría comenzó en la moción de censura que presentó VOX en octubre de 2020, donde el entonces líder popular, con la idea de borrar para siempre la imagen de la foto de la Plaza Colón, adquirió un papel de traidor y desalmado contra Abascal, que marcó el principio de su fin. Luego vino el batacazo en las elecciones catalanas, previo cambio de opinión sobre las cargas policiales durante el referéndum ilegal, y presentando unas listas en las que había un batiburrillo de personajes, cuanto menos, con un interesante historial político. Y para terminar, y no extendernos más, la puntilla vino de la obcecada guerra continua con otra antigua amiga, la madrileña Ayuso. El envite lo terminó perdiendo Casado, y esto llevó de nuevo al partido a manos de otro señor gallego, tan soso y tan rajoyista como el propio Mariano. Y esta vuelta al origen, se termina sacralizando, cuando el pasado mayo, salió Bendodo a proclamar a los cuatro vientos que se descartaba definitivamente deshacerse de la sede del Partido Popular. Feijoo, al igual que Rajoy, dirigirá el partido desde el sancta sanctorum de Génoba 13. Con este símbolo, se abandona totalmente la “Era Casado” y la idea de que su venta, como en aquel chiste del sofá, sería la solución drástica que borraría un pasado, que vuelve a estar muy presente.