La publicidad, ha sido una actividad que, a lo largo de la historia, ha ido a la par de las necesidades de consumo a cubrir por parte de las personas. Si en un primer momento fueron las básicas de alimentación y vestido, hoy los reclamos son de los más diversos productos, y al mismo tiempo, es extremadamente complejo llamar la atención del cliente potencial en el alud propagandístico que nos arrolla a diario. Se tiene como el primer reclamo publicitario un papiro hallado en Tebas hace unos 5.000 años de antigüedad, que actualmente se encuentra en el Museo Británico. El escrito realmente informaba de la recompensa de una moneda de oro, que un comerciante ofrecía al que le devolviera a su esclavo huido, y ya que el Pisuerga pasa por Valladolid, este negociante explicaba las excelencias de sus productos del siguiente modo: “lo devuelva a la tienda de Hapú, el tejedor, donde se tejen las más hermosas telas al gusto de cada uno”. Desde entonces, la publicidad se ha ofrecido de múltiples formas, rótulos, a plena voz mediante pregoneros, impresa en gran variedad de formatos, pero cuando comienza a desarrollarse profesionalmente con agentes especializados es a mediados del siglo XIX. En España la primera empresa dedicada a esta actividad fue Roldós y Compañía, creada en 1872 en la ciudad de Barcelona. Desde entonces las técnicas han ido variando enormemente, aún más cuando comienza a integrarse conocimientos sobre los estímulos que condicionan la psicología humana y sus actos, a lo que se unen los nuevos medios de comunicación de masas. Es ingente la cantidad de publicidad que podemos llegar a tragar a lo largo de nuestra vida, pero solo hay muy pocos eslóganes, o canciones publicitarias que quedan no solo en nuestra cabeza, sino en la memoria colectiva. Uno de estos anuncios fue el protagonizado por un niño llamado Albert Moleón en 1973, que bajo el patrocinio de Panrico actuaba en el papel de un estudiante que olvidaba su desayuno, se golpeaba con una mano la frente y soltaba el popular: “anda los Donuts”.
Este domingo volvían a celebrarse votaciones, como de costumbre los horteras de los medios de comunicación utilizaban aquello tan manido de la fiesta de la democracia. Esta Andalucía que dijeron que iba a ser la California del sur de Europa, y que han convertido en el culo del mundo, se ha visto de nuevo de cara con las promesas de unos y otros, reaparecieron para vendernos un Paraíso, siempre a futuro, en el que ataremos a los perros con longaniza. Pero si hablamos de olvido, promesas y políticos, Jaén es el arrabal de la posadera andaluza. Han prometido, conexiones ferroviarias, carreteras, puertos secos, digitalización, industria, apoyo a los agricultores, atención sanitaria de calidad, trabajo, desarrollo turístico, todo lo habido y por haber. Pero vemos, cada vez más frustrados, como ese artificioso interés por nuestra tierra es solo un modo de escalar a cotas más altas. Desde que comenzase el nuevo régimen político, han pasado por estos lares cientos de políticos con la única intención de tomar el acta de culiparlante por nuestra provincia, que finalmente usan como un simple trampolín dentro de su cursus honorum, que suele tener muy poco de honorable y mucho de genuflexo a los líderes de su partido, que son en última instancia, quienes hacen las listas y colocan a cada cual, según haya lamido sus botas, en tal o cual casilla de salida en la próxima carrera electoral. Y al toque de firme del jefe, como en aquel anuncio de nuestra niñez, el diputado que debía representar a Jaén olvida las cosas de comer, de nuestro comer.