El día 20 de septiembre se recuerda a los mártires de la Iglesia católica de Corea durante los siglos XVIII y XIX. Al resultar poco conocida la historia de los 10.000 católicos asesinados por las autoridades coreanas, se trae a colación este conmovedor relato. Al ubicarse la península de Corea en el paralelo 38º, podemos hacernos cargo de sus vicisitudes históricas. Por el norte linda con China y Rusia, próxima a la ciudad de Vladivostok; al sureste con Japón; al oeste, en una extensión de mil kilómetros y separado por el mar Amarillo, se encuentra en línea descendente: Pekín, Shanghái, Taiwán y Hong Kong. Era previsible que Corea, rodeada de sus vecinos imperialistas —Rusia, China y Japón—, haya padecido constantes invasiones a lo largo de la historia. La actual configuración de Corea del Norte y del Sur, obedece a la división realizada en 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, desde la capitulación japonesa. Estas dos naciones, pese a su identidad cultural en origen, representan modelos antagónicos en lo político, económico y religioso. La del Norte, con 26 millones de coreanos y su capital Pionyang está regida por la dictadura marxista-leninista de Kim Jong-un, motivada por la ocupación soviética después de la evacuación nipona; practicar la religión cristiana lleva aparejada la muerte. La del Sur, con 51 millones de habitantes y la capital en Seúl, ostenta un régimen democrático conseguido bajo los auspicios de Estados Unidos, en donde prevalece la libertad religiosa y económica; su PIB per cápita es quince veces superior al del país comunista. Algunos leves gestos de reunificación como las olimpiadas o el ferrocarril que une a los dos países, albergan ligeras esperanzas. El origen etimológico de Corea radica en la dinastía “Goryeo”, que gobernaba en el siglo XIII; entonces el comerciante italiano Marco Polo reconoció esta región, mediante sus exploraciones por el mar de China oriental. Este fue el primer contacto del mundo europeo con la nación coreana. Durante la dinastía Joseon (1392-1910) la religión nacional era el budismo y el confucionismo, estando prohibido el catolicismo. Corea es uno de los pocos países del mundo en donde el catolicismo fue promovido por laicos coreanos. Por la curiosidad inicial de intelectuales en la búsqueda de la verdad religiosa hasta que, cincuenta años después, llegó la Misión Extranjera de París. En 1784, los estudiantes coreanos Hong Yu y Peter Lee Byeok descubren en Pekín, al realizar intercambios culturales, libros cristianos del jesuita italiano Mateo Ricci, que falleció en China en 1610; continuador de la misión iniciada por san Francisco Javier. Estos estudiantes empiezan a rezar y a practicar el contenido de estas obras, y solicitan ser bautizados por los jesuitas de la capital china, extendiendo su mensaje a millares de compatriotas. Diez años después, con su apostolado, la Iglesia en Corea alcanza 10.000 fieles. El primer sacerdote chino que ingresa clandestinamente en la península es James Chu Mum-mo, que moriría mártir siete años después. En 1802, el rey Sunjo emitió un edicto por el que ordenaba el exterminio de todos los cristianos, por no venerar a sus ancestros y para evitar la incursión de los poderes europeos en el este asiático. En 1845 se ordena Andrew Kim, el primer sacerdote coreano; acaba de celebrarse el 200 aniversario de su nacimiento. La Iglesia católica ha realizado en dos etapas la canonización de mártires en Corea; la primera se llevó a cabo por el papa Juan Pablo II en 1984, que comprende el periodo de 1839 a 1867, con 103 mártires, encabezados por Andrés Kim Taegon y Pablo Chong Hasang; la segunda la celebró el papa Francisco en 2014, durante el periodo de 1791 a 1886, con 124 mártires, encabezados por Paul Yunji Chung. Que se hayan declarado mártires 215 laicos y 12 sacerdotes, pone de manifiesto la importancia de los laicos en la Iglesia. Las dos canonizaciones se efectuaron en Seúl, y los 227 mártires descansan en su catedral Myeongdong. Llama la atención cómo los católicos coreanos han dado testimonio de su fe durante más de cien años de persecuciones, cuya fidelidad no tiene precedentes en la historia. Actualmente el número de católicos en Corea libre constituye más de cinco millones, un 11%, cuyo ejemplo nos interpela a la heroicidad diaria. Porque con Tertuliano: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.