Hoy, Viernes de Dolores, arranca oficialmente la Semana Santa. Comienzan los días grandes para miles de vecinos que sienten, viven y honran una tradición que va mucho más allá de lo religioso. Es cultura, es historia, es identidad colectiva. Sin embargo, mientras Cantoria se prepara para vivir con emoción estos días sagrados, sus gobernantes vuelven a demostrar que no están a la altura del cargo que ocupan ni del pueblo que representan.
Los actuales dirigentes municipales, tanto el alcalde encubierto como la alcaldesa visible y sus incondicionales, han elegido —una vez más— el camino del silencio, de la ausencia y del desprecio encubierto. Se ausentan cuando deberían dar la cara. Se esconden tras una gestión vacía, protegidos por una guardia pretoriana que les aplaude mientras desprecian sin disimulo las tradiciones que dan vida a su pueblo.
Es habitual verlos solo cuando el objetivo de la cámara oficial les apunta, en el acto central, en la foto de portada. Fingiendo compromiso, sonriendo de forma impostada, como si una imagen pudiera borrar el abandono. Pero no. El pueblo ya no se traga la pose. Porque no están cuando toca acompañar a una hermandad, saludar a un costalero o simplemente mostrar respeto por quienes, año tras año, sostienen la Semana Santa de Cantoria con su trabajo desinteresado y su fe sincera.
Resulta triste y ofensivo comprobar que nuestros representantes públicos solo pisan el templo cuando el acto les beneficia o les interesa. El resto del año, despotrican contra la fe que luego aparentan profesar en los días señalados. Y como bien diría el dicho popular: “El día que entres, se te caerá el confesionario encima”. No por no creer, sino por burlarte de los que sí creen, por utilizar la religión como atrezzo mientras escupes sobre ella en privado.
Estamos ante un gobierno local que ha confundido el poder con el desprecio, la gestión con la imposición y la pluralidad con el despotismo. Un equipo de gobierno sostenido por el miedo y el clientelismo, incapaz de respetar ni siquiera la esencia del pueblo que dice gobernar.
Pero el Viernes de Dolores también es símbolo de esperanza. Es el comienzo de una semana en la que el pueblo habla, camina, reza y recuerda. Una semana donde, aunque los políticos se ausenten, Cantoria demuestra que la fe y la tradición están más vivas que nunca. Porque el pueblo está, aunque sus gobernantes no.
Y esa es la verdadera esencia de esta tierra: que por encima de quienes hoy se creen intocables, Cantoria sigue latiendo con fuerza. Con fe. Con verdad.