“¡Qué buenos vasallos si hubiera un buen señor!”
Cantoria vive atrapada en una paradoja que recuerda a las palabras de Jorge Manrique: ciudadanos responsables, vecinos que cumplen con su deber, asociaciones que intentan mantener viva la vida del municipio… pero al frente, un “señor” que no está a la altura. Y es que, en política local, no basta con ocupar un cargo: hay que ejercerlo con dignidad, con respeto a la legalidad y, sobre todo, con decencia.
El problema en Cantoria tiene nombres y apellidos. El señor marido de la alcaldesa, a la vez secretario general del PSOE, se ha convertido en un actor omnipresente en las decisiones municipales, a pesar de que no fue elegido por las urnas para gobernar. Una figura que opera entre la sombra y la imposición, con la ventaja de manejar estructuras de partido, pero con el inconveniente de confundir lo público con lo personal.
En democracia, los cargos no son feudos. El ayuntamiento no es una herencia familiar ni un cortijo al servicio de los intereses de una pareja política. La Ley de Bases de Régimen Local y la propia Constitución Española son claras: el poder emana de los vecinos a través de las urnas, no de los vínculos matrimoniales ni de las camarillas de partido. Pretender lo contrario es degradar la política a mero clientelismo y despreciar la voluntad popular.
Nuestros escritos recientes sobre Cantoria han puesto negro sobre blanco lo que muchos piensan en voz baja: se ha roto el principio de imparcialidad, se ha torcido la esencia de la representación democrática y se ha instalado un clima de miedo y sumisión. Vecinos, colectivos y hasta concejales parecen reducidos a vasallos modernos, obligados a callar para no sufrir represalias políticas o personales.
El PSOE de Cantoria, con su secretario general a la cabeza, debería dar ejemplo de limpieza, transparencia y respeto institucional. Sin embargo, lo que vemos es todo lo contrario: presión, amiguismo y decisiones tomadas en beneficio de unos pocos. Una deriva que no solo erosiona la confianza ciudadana, sino que abre la puerta a posibles responsabilidades legales si se demuestra vulneración de normas de contratación, incompatibilidades o abuso de poder.
Y aquí la verdad que muchos callan: el señor marido de la alcaldesa se comporta como un cacique de otro tiempo. Maneja el partido como si fuera su propiedad privada, influye en las decisiones municipales sin haber sido votado y desprecia a quienes se atreven a disentir. Pero Cantoria no necesita un cacique, necesita un servidor público. No necesitamos vasallos, necesitamos ciudadanos libres y respetados.
Porque si algo está claro es que él no es un buen señor, ni lo será. Y Cantoria ya empieza a despertar de ese silencio forzado.